sábado, 18 de junio de 2011

Paseo temporal por la Media Edad. (Clase de Historia de la Música)

Este es un relato que escribí hace unos años, para un trabajo de final de curso. Es bastante largo, pero creo que vale la pena. ¡Espero que os divirtáis con él!




Perdido en las corrientes del tiempo, sin saber dónde ir, llegué a un mundo al que decíanle oscuro.

Y en verdad eso parecía, pues nada más llegar, un imperio de muchos siglos cayó. Gentes llamadas bárbaras ocuparon esas tierras, y sólo una ciudad consiguió salvarse del vil saqueo, la capital.

Al principio no entendí muy bien el porqué, mas poco a poco me fui dando cuenta del poder de su salvador: la Iglesia.

Estando, pues perdido en ese extraño mundo, y visto el influjo de esa religión, decidí refugiarme en uno de sus conventos, buscando protección.

Fue entonces cuando oí una canto que me sonaba ya, pues habíalo escuchado, muy parecido en la antigüedad.

Más que el canto, el parecido no estaba en el cantar, estaba en los sonidos, la organización de estos y tal.

Ahora mostraré, no muy extenso, lo que de esos modos aprendí, mientras saltaba en el tiempo.

Primero, las diferencias, con lo que en el ahora se usa, que son tonos, pocos modos, y son cosas distintas.

Tono es aquello, que organiza las escalas por sus notas, no apareció sino muy tarde, por lo que no se conocía en ese ahora.

Lo que se usaban eran modos, y a mí me sonaron más ricos, pues no es tanto las notas, sino la posición del sonido.

Modos son pues las diferentes formas de ordenar los intervalos en una escala. Tono, por consiguiente, la altura que se le da a tal modo, la nota en la que empieza.

De esos modos medievales, no mucho conozco, mas mis escuetos conocimientos han de ser expuestos:

En primer lugar, se ha de comentar, que no se ha de hacer caso de las notas, pues no tenían tal nombre en la época. Son solamente indicativas para comprender cómo sonarían aproximadamente estas escalas. Para ello, son dichos nombres, pues da la causalidad del que si se tocan al piano, sin alteración alguna las escalas, comenzando por las notas referidas, que suenan dichos monos, aun temperados con respecto al oído de la época.

Tras esto, podemos empezar.

Los modos eran cuatro, aunque de cada cual, dos es puedan separar.

Así, de una misma nota principal, podemos obtener dos escalas, dependiendo de si al intervalo de quinta que de ella se forma, le incluimos una tercera delante o detrás.

El modo será pues, real, si es detrás donde la tercera va, ya que la escala, comienza y acaba, para nosotros en la nota principal.

Si por el contrario, delante colocada está, el modo será plagal.

Nada queda ya, más que nombrar los cuatro modos, cuyos nombres, buscados con gran imaginación, no son difíciles de recordar.

El primero es el Primero, esto es, Protus en latín. Su escala real es la de “re”, y la de “la” la plagal.

Deuterus es segundo, y segundo modo es, siendo de “mi” o de “si”.

Tritus, que no de1, llamábase el tercero, que en “fa” o en “do” comienza y no es de estercolero.

Por último llega Tretrardus, cuarto y final, cuya real comienza en “sol”, y es real de Protus su plagal.

Solo un ente añadir, maléfico como él solo, y es que en Deuterus, poco se usaba la plagal, pues sus cuatro primeros sonidos formaban lo que se dio por llamar el “diábolus in musica”, el diablo musical, sólo por no conseguir al oído agradar.

Estos modos, en diferentes cantos de usaban, pues como el Imperio, también sus gentes se separan.

Esto llevo a que, sin querer, multitud de cantos se formasen dependiendo de dónde fuese, de ser de cual lugar.

De estos cantos, cabe señalar, algunos de los importantes que paso a enumerar:

En lo que es Francia, el Galicano se oía, en España fue el Visigótico-Mozárabe, y allá por Italia, diferencias había entre el Romano o el Ambrosiano o Milanés.

Todos estos cantos no eran más que salmos, que con algo de música, se recitaban al rezar.

Volví a mis andanzas por el túnel del tiempo, pues aburrido de tanta disformidad, algo de unión debía buscar.

Así llegué, tras mucho saltar, ante la santa unificación, la tarea de Gregorio, quien es Santo y fue Magno.

Este poderoso ser, al parecer cansado de tanta disparidad, recibió órdenes de los cantos cambiar. Así, por inspiración divina, otro canto hizo aparecer, colage de todos, pero que  sonaba igual.

Me supuso un gran paso, pues ya oren al fin encontré, mas entonces, en la monotonía me hallé.

Así, volví a saltar, y tropecé con uno, que hizo cosas sin igual.

Su nombre, Guido, y de Arezzo se decía, y al principio volvió la pesadumbre, pues en otro monje consistía.

¡Ay, Gran Música!, exclamé en mi seno, ¡que pocos conocen tu inusitada belleza y tu sin par dulzura!

Mas Guido me sorprendió, pues de él mucho aprendí, no con él, sino después, en la época en que me tocó vivir.

Sus enseñanzas son hoy, indispensables para el músico, pues lo dota de lenguaje, y así ser entendido, en todas partes de este gran mundo.

El solfeo es su obra, su arte y creación, por lo que demos gracias a este gran señor.

Divertido es sin duda, que su genio tuviera ayuda, pues fue Juan quien le inspiró, con el himno que entonaba el cantor.

Con este himno dio Guido su nombre a las notas, bueno, a seis de los siete sonidos que llamamos notas, pues el “si” vino más tarde.

En ese tiempo otro hecho hubo de gran repercusión, pues una conocida niña entonces apareció. Su nombre, Polifonía, su primera forma, de Organum, su madre, la Monodía, y su padre, el Canto Gregoriano.

Consistía el Organum en una composición en la que, sobre el canto base, una segunda voz se hizo, calco de la anterior, pero a una altura superior.

También en ese ahora, los Juglares, Trovadores y Troveros gran influencia obtuvieron, pues de sus conocimientos del Arte, dependían los mandatares.

Entretenido por los cambios, el tiempo para mí voló, llevándome aún más lejos, hasta una gran ciudad, en la que la música se hacía enseñar.

Y entré yo en dicha escuela, para poder apreciar, la marcha que el Gran Arte, iba tomando ya.

Allí, Nuestra Señora, evolucionando seguía, pues a ese primer Organum, ritmo y palabras nuevas le ponían. Nació así el Motete, y, como las catedrales se alzaban al cielo, la música dejaba el suelo, transformándose en bosques de altos cipreses.

Mas imaginad si podéis esa sensación, en la que sobre grave Latín, otra melodía suena, sin que alguna de las dos, inteligible al final queda.

En todo lo que hasta aquí queda, menos los trovadores, religioso era, y ocurrió entonces que uno en mezclar las cosas entretenido estuvo.

Este personaje se llamaba Franco, y de Colonia alemana era, aunque a mi parecer, como todos os demás oliera.2

Pues bien, este señor, su propio motete creó, y a la segunda voz, letras profanas otorgó. Y lo mejor de todo fue, que a San Gregorio acalló, pues el canto romano, por instrumentos acabó siendo tocado. Algo de claridad al fin, a ese Motete llegó, y así pude al menos, quedarme una canción.

Y es que los instrumentos inquietos estaban, pues también es ese entonces, renegaron de la palabra. Aun ligada a la danza, la música algo de libertad consiguió, pues libre de palabra, podía expresar su esplendor.

Poco a poco, los músicos se fueron desarrollando, y al Gran Arte continuaron mejorando.

Llegué al siglo XIV, y un gran cambio viví, pues, decían, el Arte Nuevo llegado había.

Varios son los nombres que de aquí recordar puedo.

El primero es el de Felipe, pues Philipe Vitry se llamaba.

Orden trató de dar, a la música de su tiempo. Para ello con el Motete jugando siguió, al fin de otorgarle talea y color. Isorrítmico es llamada su producción, en la que una voz, siempre marca el pulso de toda la creación.

El segundo es un enamorado, que regalaba a su amor cartas con música, la música de su corazón. Por vez primera se conseguía, por fin la música sola salía, a ver mundo sin compañía. Este hecho fue muy importante, pues gracias a Machaut, al fin la música unificó su composición.

En la Itálica3 en esta época, nuevas formas aparecían, como la fuga o el madrigal, que era siempre original.

Asimismo, algunos instrumentistas a darse a conocer comenzaban, el primero fue Landini y consiguió que se le respetara.

Y así, con ya pocas fuerzas, al Renacimiento me acercaba, pues en el siglo de transición poco a poco me adentraba.

Y con otra Escuela di, esta vez más al sur, allá por la Borgoña.

Aquí Felipe, otro, por todos dicho “El Bueno”, tenía, de Música una Capilla, que se consideraba avanzadilla.

En esta Escuela ya casi renacentista, la praxis toma su punto, pues al fin se veía, que el solo tocar los instrumentos era justo.

Así, allí se entrenaban músicos de todas las clases. Desde el Ministril, intérprete instrumental, hasta el Maestro de Coro, quien componía, además.

De esta escuela salieron personajes renacentistas ya, como el relatado Dufay, o Guilles Binchois.

Tras este paseo de tantos siglos, una última vez salté ya, para volver a mi mundo y mis aventuras poder contar.

1 Juego de palabras. En latín, “detritus” significa basura.

2 Juego de palabras. Se perfectamente qué es y dónde está Colonia. Y no es mi intención insultar al personaje.

3 Me refiero a la península, no a la ciudad, que por otra parte, no creo que estuviese habitada en esa época.

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