La recién coronada Princesa caminaba y caminaba, deteniéndose aquí y allá, buscando un lugar para construir su Palacio y fundar su Reino.
Recorría el mundo sin descanso, aunque nada encontraba de su agrado. Ni en las Llanuras Rojas, donde el sol era abrasador, ni en los frondosos bosques de suelo blando, nada le convencía.
Entre tanto andar y andar, pasó sin haberlo propuesto cerda de otro Castillo, donde vivía una Reina, que no era buena ni mala, sino que sólo podía pensar en los suyos.
Los vigías de ese Castillo vieron a la Princesa y, sin pensarlo, corrieron veloces a avisar a su Reina, quien ordenó apresar a la intrusa antes de que se asentase.
Así, la pobre Princesa se vio de pronto perseguida por los ejércitos de la Reina, que poco a poco iban acercándose, mientras ella se sentía más y más cansada tras su larga andanza.
Cargaron contra ella una y otra vez, pero no se rindió, esquivó los ataques y siguió corriendo sin descanso. Mas el cansancio y las heridas fueron minando su resistencia, y sus enemigos no tardaron en acorralarla.
Trató entonces de luchar, pero no no sirvió de nada. Los soldados eran muchos, y atacaban de un modo salvaje. No tardó en perder un brazo, y el otro, y trató de no venirse abajo cuando le arrancaron también las piernas. Aun así, intentó defenderse como pudo, a mordiscos si hacía falta, pero el dolor era grande, y momentos después, los alegres guerreros portaban el despedazado cuerpo de vuelta a su Castillo para alimentar con él a sus habitantes.
Cuando la Reina supo lo ocurrido suspiró tranquila. Ahora no habría otra Reina cerca, ni otro Castillo con el que competir.
El hormiguero estaba a salvo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario