jueves, 22 de marzo de 2012

Deseos...

La graciosa vela sobre la improvisada tarta se consumía lentamente mientras me cantabas alegre por mi cumpleaños.

Soplé sin más y te besé, y entre risas nos comimos el dulce a medio camino de devorarnos a nosotros mismos.

“¿Qué has pedido?” quisiste saber acariciando la cabeza que tenías en tus rodillas. “¿Cuál es tu deseo?”

“No he pedido ningún deseo.”

Te detuviste con aire sorprendido, revolviéndome el cabello con fuerza demostrando tu inconformismo. “Algo habrás pedido, pero no me lo querrás decir…”

“No, de verdad, no he pedido ningún deseo. No sirve para nada pedir deseos.” Esta vez la parada me hizo levantarme. “Pedir un deseo es hacer patente que tenemos una ilusión que sabemos que vamos a conseguir, porque ya son así las cosas y no queremos que cambie, o que, por mucho que queramos, no ocurrirán nunca.”

“Pero si no deseas nada… ¿no tienes nada por lo que luchar?”

“No es eso, tengo mucho por lo que luchar. Pero seamos razonables, si haces te tu ilusión un deseo, te estás aferrando a él con la esperanza de que ocurra, y al final solo acabas haciéndote daño con la desilusión.”

“Puedes tener deseos y no por eso ser un iluso. Yo quiero algunas cosas que aún no se si seré capaz de conseguir, pero aun así no pierdo la esperanza. Sigo deseándolo, pero no por ello dejo de hacer lo que tengo que hacer, no me obsesiono con eso. Tienes que saber qué desear, no todo son extremos”

No me dejaste responder, solo me devolviste a tu regazo y seguiste acariciándome el cabello.

“Anda,” dijiste sujetando la vela frente a mí. “no me seas, y pide lo que quieras.”